El Salvador: el zoológico que existe por sus crímenes

«Este país es una alucinación, Moya, solo existe por sus crímenes», así reza una línea del polémico libro de Horacio Castellanos Moya llamado El Asco (1998). Esta obra, como su nombre lo indica, es un retrato grotesco del panorama al que El Salvador se enfrentaba en la posguerra. El país se desilusionó cuando se dio cuenta de que la pasión y la efímera esperanza que los Acuerdos de Paz en su momento nos ofrecieron, se fueron esfumando poco a poco. Nos enamoramos tanto de la idea de la paz que no nos concentramos en materializarla, nos quedamos estancados en el amor contemplativo y en el falso determinismo que dicta que después de toda guerra y miseria, vienen la prosperidad y la reconciliación.

La violencia en El Salvador ha llegado a niveles antes insospechados. La mayoría de analistas de todas las profesiones (especialmente de las Ciencias Sociales) no vieron venir la epidemia violenta que vivimos ahora, no midieron las consecuencias que podrían surgir de una forzada y poco misericordiosa transición de la guerra a la posguerra. No predijeron la inmensa oleada de personas salvadoreñas que retornarían a su patria con el deseo de reinsertarse. No se les ocurrió que los vacíos de seguridad y autoridad que dejaron en descuido zonas estratégicas del país costarían tantas vidas a largo plazo.

La trágica muerte de Gustavito, el hipopótamo del Zoológico Nacional, ocasionada por el maltrato y crueldad de unos «desconocidos»; unos fantasmas cobardes sin rostro que, al parecer, se han esfumado de nuestra dimensión; no es más que otra evidencia del nivel enfermizo de naturalización de la violencia a la que hemos llegado como país. Asimismo, demuestra nuestra poca (o nula) cultura ecológica y, aun peor, una deficiencia en nuestro sentido común, el más básico elemento de decencia humana.

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Ilustración: MUNDO de El Blog

Pero si hay algo muy claro es lo siguiente: el salvadoreño promedio (uso esta expresión en sentido genérico refiriéndome tanto hombres como mujeres de todas las edades) es hipócrita. Y yo no me excluyo.

Querido hermano salvadoreño y querida hermana salvadoreña: somos la sociedad de la hipocresía. ¿Por qué? Pues, si podés, mirate al espejo mientras lees los siguientes argumentos. Yo también me veo reflejada mientras escribo estas líneas.

Sos (y soy) hipócrita porque:

  • Te indignas por la negligencia con que las autoridades «dirigen» y «cuidan» del Zoológico Nacional, pero ¿acaso no te has visto el domingo (todos los días, mejor dicho) botando la basura por la ventana de tu vehículo? Sin remordimiento, sin vergüenza alguna.
  • Llorás por los cuchillazos y las heridas que Gustavito recibió y, sin embargo, cuando atropellás o lastimás a algún animal callejero, acelerás o seguís caminando tranquilamente. Te da igual. Solo porque el animal es feyo, tiene pulgas, tiene garrapatas y, principalmente, porque no es tu mascota… ¡Ay! Pero si lo fuera: moverías el cielo y la tierra.
  • Te enfurecen las condiciones de poca sanidad e higiene en las que viven los animales en el zoológico, pero cuando visitás lugares naturales turísticos dentro de tu país botás basura, destruís las plantas, quemás, matás… Que se encargue el Gobierno de limpiar, es su trabajo. Para eso pago impuestos, pensás.
  • Te enoja que a estas alturas no hayan cerrado el zoológico incluso con todo el historial de maltrato y negligencia que ha existido ahí desde hace mucho tiempo… pero ahí te veo sonriente -adelante de mí- haciendo fila para entrar a FURESA. Es que sí, es más bonito, está mejor cuidado, los animales están más gorditos y simpaticonespero te informo que tampoco ese lugar es su hábitat, nunca lo será por muy bonito que sea.
  • Observás con repudio las aguas sucias en las que los animales presos nadan; y te da asco. Cómo, pensás, es posible que esas criaturitas del Señor vivan en esas condiciones. Ahhh… Pero cuando vas a las playas te dedicás a tirar basura, y cuando escuchás que en el río cayó melaza solo te reís de la Lady Melaza. Te la tomás a la ligera porque vos  tenés agua potable en tu alienante mansión de clase media. No pensás que hay otras personas y otros seres vivos que viven de las fuentes naturales de agua. Dejame decirte que el agua no se limita a la que cae por el grifo de tu baño o de tu cocina ni por el oasis de tu lugar de trabajo o de tu centro educativo.

Te gusta, te encanta, te asombra, te divierte, te entristece, te enfurece… Todo se ha limitado a tus reacciones de Facebook. De repente eso es lo que cuenta: tu activismo de sillón, tu firma en peticiones online que al final de cuentas se pierden en las redes cibernéticas porque vos no salís a las calles y escuchás a la gente, vos no pedís el verdadero cambio, vos no te informás, no lees, no analizás, no cuestionás, no criticás, no proponés, no construís…

Solo existimos por nuestros crímenes. Esa es la carta de presentación salvadoreña. Ese es el agravante daltoniano de ser salvadoreño o salvadoreña: los siempre sospechosos de todo que ahora nos hemos vuelto los valetodoverguistas

Con la muerte de Gustavito se me vino a la mente un texto que Roque Dalton escribió allá por los sesenta: Dos Retratos de la Patria. En su segunda parte relata la historia sobre cómo, en 1969, el Zoológico Nacional junto al periódico El Mundo armaron un concurso infantil para darle nombre a la novia de Pavián, un mandril. En el día de la premiación el lugar se llenó tanto que, esta actividad aparentemente inofensiva y recreativa, terminó siendo un desastre:

«Resultados -escribe Roque: Un zoológico prácticamente destruido; un niño desilusionado regresando a casa con apenas el manubrio de una bicicleta que el señor Director de El Mundo logró lanzarle completa antes de que una ola humana se lo tragara y lo hiciera aparecer, desnudo ya, unos veinte metros al norte de la jaula de Pavián; veinte personas gravemente heridas a cuchillo cuando trataron de impedir por la fuerza que el ladrón que tenían al lado les llevara la cartera, el reloj y la chaqueta; treinta y tres hombres y mujeres noqueados por otros sendos ladrones que en lugar de cuchillo portaban cachiporras y garrotes; setecientas veinte mujeres de distintas edades, desnudadas en forma violenta, es decir, en uso del método de arrancarles la ropa, total o parcialmente; ochenta y cuatro mujeres violadas (cuarenta y una de ellas, previamente desnudadas en la forma anteriormente descrita; cuarenta y tres, sin desnudar); […] muertos a pisotones por la multitud despavorida, momentos después de que algún chusco no identificado aún grito: ¡¡Se escaparon los leones!!»

Y al terminar la lectura me da la impresión de que Roque no hizo ese relato para hablar del desastroso concurso del Zoológico Nacional sino de la crudeza de la sociedad salvadoreña ejemplificado perfectamente en un microcosmos.

En este zoológico llamado El Salvador, los únicos salvajes somos los humanos.