Tu recuerdo es mi consciencia

Tu partida fue una noticia inesperada, al menos ese día en particular. Hace mucho que no sentía ese revoltijo insoportable en el estómago: un agujero negro absorbía toda mi energía. Mi corazón latía, lo sé, pero en ese preciso momento no lo sentí, enterré mis latidos en lo más profundo de mis venas y arterias. Mi cuerpo ahora funcionaba en modo automático, parecía que respondía a simples reflejos.

Si no lloré en ese momento fue para evitar la humillación, no estaba dispuesta a someterme al escrutinio público de caras curiosas que en sus adentros se preguntaban por qué alguien en un día tan soleado y fresco ha de derramar tantas lágrimas.

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Imagen: Escena de la película «El Espejo» de Andréi Tarkovski

En soledad sí te lloré. La soledad, mi gran amiga: en sus brazos sollocé pues ella no me juzga. Es solo en sus entrañas en donde no hay existencia, no hay divinidad ni mortalidad alguna. La nada es el todo a tu lado, soledad.

Los días pasan mientras yo repaso días en mi cabeza. Tu recuerdo persiste. Sos como la consciencia que en tiempos desesperados reaparece. Me decís que no tenga miedo, que nací para brillar, para hacerme notar. Afirmás que el mundo es mío, y yo sonrío.

Te creo por unas cuantas horas. Me siento invencible hasta el momento en que el espejo de la realidad aparece de nuevo y me obliga a bajar. Lenta y dolorosamente mis manos y mis pies se dedican a descender de esa montaña de brasas. En medio de tanta miseria solamente deseo llegar al suelo con lo poco de cordura que me queda.

El Salvador: el zoológico que existe por sus crímenes

«Este país es una alucinación, Moya, solo existe por sus crímenes», así reza una línea del polémico libro de Horacio Castellanos Moya llamado El Asco (1998). Esta obra, como su nombre lo indica, es un retrato grotesco del panorama al que El Salvador se enfrentaba en la posguerra. El país se desilusionó cuando se dio cuenta de que la pasión y la efímera esperanza que los Acuerdos de Paz en su momento nos ofrecieron, se fueron esfumando poco a poco. Nos enamoramos tanto de la idea de la paz que no nos concentramos en materializarla, nos quedamos estancados en el amor contemplativo y en el falso determinismo que dicta que después de toda guerra y miseria, vienen la prosperidad y la reconciliación.

La violencia en El Salvador ha llegado a niveles antes insospechados. La mayoría de analistas de todas las profesiones (especialmente de las Ciencias Sociales) no vieron venir la epidemia violenta que vivimos ahora, no midieron las consecuencias que podrían surgir de una forzada y poco misericordiosa transición de la guerra a la posguerra. No predijeron la inmensa oleada de personas salvadoreñas que retornarían a su patria con el deseo de reinsertarse. No se les ocurrió que los vacíos de seguridad y autoridad que dejaron en descuido zonas estratégicas del país costarían tantas vidas a largo plazo.

La trágica muerte de Gustavito, el hipopótamo del Zoológico Nacional, ocasionada por el maltrato y crueldad de unos «desconocidos»; unos fantasmas cobardes sin rostro que, al parecer, se han esfumado de nuestra dimensión; no es más que otra evidencia del nivel enfermizo de naturalización de la violencia a la que hemos llegado como país. Asimismo, demuestra nuestra poca (o nula) cultura ecológica y, aun peor, una deficiencia en nuestro sentido común, el más básico elemento de decencia humana.

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Ilustración: MUNDO de El Blog

Pero si hay algo muy claro es lo siguiente: el salvadoreño promedio (uso esta expresión en sentido genérico refiriéndome tanto hombres como mujeres de todas las edades) es hipócrita. Y yo no me excluyo.

Querido hermano salvadoreño y querida hermana salvadoreña: somos la sociedad de la hipocresía. ¿Por qué? Pues, si podés, mirate al espejo mientras lees los siguientes argumentos. Yo también me veo reflejada mientras escribo estas líneas.

Sos (y soy) hipócrita porque:

  • Te indignas por la negligencia con que las autoridades «dirigen» y «cuidan» del Zoológico Nacional, pero ¿acaso no te has visto el domingo (todos los días, mejor dicho) botando la basura por la ventana de tu vehículo? Sin remordimiento, sin vergüenza alguna.
  • Llorás por los cuchillazos y las heridas que Gustavito recibió y, sin embargo, cuando atropellás o lastimás a algún animal callejero, acelerás o seguís caminando tranquilamente. Te da igual. Solo porque el animal es feyo, tiene pulgas, tiene garrapatas y, principalmente, porque no es tu mascota… ¡Ay! Pero si lo fuera: moverías el cielo y la tierra.
  • Te enfurecen las condiciones de poca sanidad e higiene en las que viven los animales en el zoológico, pero cuando visitás lugares naturales turísticos dentro de tu país botás basura, destruís las plantas, quemás, matás… Que se encargue el Gobierno de limpiar, es su trabajo. Para eso pago impuestos, pensás.
  • Te enoja que a estas alturas no hayan cerrado el zoológico incluso con todo el historial de maltrato y negligencia que ha existido ahí desde hace mucho tiempo… pero ahí te veo sonriente -adelante de mí- haciendo fila para entrar a FURESA. Es que sí, es más bonito, está mejor cuidado, los animales están más gorditos y simpaticonespero te informo que tampoco ese lugar es su hábitat, nunca lo será por muy bonito que sea.
  • Observás con repudio las aguas sucias en las que los animales presos nadan; y te da asco. Cómo, pensás, es posible que esas criaturitas del Señor vivan en esas condiciones. Ahhh… Pero cuando vas a las playas te dedicás a tirar basura, y cuando escuchás que en el río cayó melaza solo te reís de la Lady Melaza. Te la tomás a la ligera porque vos  tenés agua potable en tu alienante mansión de clase media. No pensás que hay otras personas y otros seres vivos que viven de las fuentes naturales de agua. Dejame decirte que el agua no se limita a la que cae por el grifo de tu baño o de tu cocina ni por el oasis de tu lugar de trabajo o de tu centro educativo.

Te gusta, te encanta, te asombra, te divierte, te entristece, te enfurece… Todo se ha limitado a tus reacciones de Facebook. De repente eso es lo que cuenta: tu activismo de sillón, tu firma en peticiones online que al final de cuentas se pierden en las redes cibernéticas porque vos no salís a las calles y escuchás a la gente, vos no pedís el verdadero cambio, vos no te informás, no lees, no analizás, no cuestionás, no criticás, no proponés, no construís…

Solo existimos por nuestros crímenes. Esa es la carta de presentación salvadoreña. Ese es el agravante daltoniano de ser salvadoreño o salvadoreña: los siempre sospechosos de todo que ahora nos hemos vuelto los valetodoverguistas

Con la muerte de Gustavito se me vino a la mente un texto que Roque Dalton escribió allá por los sesenta: Dos Retratos de la Patria. En su segunda parte relata la historia sobre cómo, en 1969, el Zoológico Nacional junto al periódico El Mundo armaron un concurso infantil para darle nombre a la novia de Pavián, un mandril. En el día de la premiación el lugar se llenó tanto que, esta actividad aparentemente inofensiva y recreativa, terminó siendo un desastre:

«Resultados -escribe Roque: Un zoológico prácticamente destruido; un niño desilusionado regresando a casa con apenas el manubrio de una bicicleta que el señor Director de El Mundo logró lanzarle completa antes de que una ola humana se lo tragara y lo hiciera aparecer, desnudo ya, unos veinte metros al norte de la jaula de Pavián; veinte personas gravemente heridas a cuchillo cuando trataron de impedir por la fuerza que el ladrón que tenían al lado les llevara la cartera, el reloj y la chaqueta; treinta y tres hombres y mujeres noqueados por otros sendos ladrones que en lugar de cuchillo portaban cachiporras y garrotes; setecientas veinte mujeres de distintas edades, desnudadas en forma violenta, es decir, en uso del método de arrancarles la ropa, total o parcialmente; ochenta y cuatro mujeres violadas (cuarenta y una de ellas, previamente desnudadas en la forma anteriormente descrita; cuarenta y tres, sin desnudar); […] muertos a pisotones por la multitud despavorida, momentos después de que algún chusco no identificado aún grito: ¡¡Se escaparon los leones!!»

Y al terminar la lectura me da la impresión de que Roque no hizo ese relato para hablar del desastroso concurso del Zoológico Nacional sino de la crudeza de la sociedad salvadoreña ejemplificado perfectamente en un microcosmos.

En este zoológico llamado El Salvador, los únicos salvajes somos los humanos.

Solange – A Seat at the Table: el álbum que necesitábamos (sin saberlo) en tres puntos

Indudablemente, Solange fue una de las mayores sorpresas musicales del año. Su último álbum lanzado a finales de septiembre, A Seat at the Table, es una obra maestra, es la refrescante desnudez en medio de la superficialidad social y mediática.

Hay tres puntos que me gustarían destacar brevemente sobre este álbum conformado por 21 piezas:

  • EL SONIDO:

El primer mensaje que recibimos al explorar un álbum es, aunque caiga en lo obvio, la música en sí, los sonidos. Solange se embarca en un viaje sonoro fascinante por ritmos de R&B contemporáneo y de soul . Hay melodías con arreglos sencillos, bellamente construidas, como la preciosa «Rise» cuyos coros de voces nos hacen flotar en un pacífico océano nocturno mientras esperamos a que el amanecer llegue. Todo el álbum sigue esta línea de tranquilidad atmosférica (incluso en los interludios) pero aumenta en intensidad en canciones como «Cranes in the Sky»,«Weary» o «Don’t Touch My Hair». Hay principios funky con la bailable «Junie», y canciones de aires ochenteros como «Don’t Wait For Me», y un poco experimentales como «Don’t Wish Me Well». Un caleidoscopio sonoro cautivador: así es el sonido de Solange.

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Portada de A Seat at the Table

  • LAS LETRAS:

A un nivel lírico el trabajo de Solange es como la verdad: cruda, pura, desenfrenada y, principalmente, necesaria. Letras poderosas como «Weary» que hablan del sacrificio y la crítica a las injusticias sociales provocadas por simples mortales con complejo de reyes (But you know that a king is only a man/ With flesh and bones, he bleeds just like you do), el llamado al empoderamiento y la autonomía en la alegórica «Dont Touch My Hair» (Don’t touch my hair/ When it’s the feelings I wear) o el intento de olvidar, sin victoria, el sufrimiento y el rechazo con cosas superfluas como en «Cranes in the Sky» (I tried to keep myself busy/ I ran around in circles/ Think I made myself dizzy/ I slept it away, I sexed it away/ I read it away).

Los interludios son una parte crucial del álbum. Muchas de las letras están inspiradas en estos pequeños pero valiosos testimonios. Por ejemplo, la canción «Mad» no sería la misma sin el interludio «Dad was Mad», que narra el racismo que Matthew, padre de Solange, sufrió de joven (And seeing all of those parents, and also KKK members having signs and throwing cans at us, spitting at us). No entenderíamos el enojo de la comunidad afroestadounidense sin esa dura anécdota, lo cual nos lleva al último punto:

  • EL MENSAJE Y LA PROTESTA:

El interludio más poderoso es «Tina Taugh Me», la voz de la madre de Solange suena apasionada y llagada por la sinceridad: «It’s such beauty in black people, and it really saddens me when we’re not allowed to express that pride in being black, and that if you do, then it’s considered anti-white. No! You just pro-black. And that’s okay. The two don’t go together». Los Estados Unidos es un país con un grave historial de racismo hacia la comunidad afrodescendiente. Es por eso que el mensaje y la protesta de Solange, su intención por visibilizar la brutalidad y discriminación a las que están sometidas las personas afroestadounidenses son no solo valientes, sino, y como lo mencioné anteriormente, necesarios.

A Seat at the Table habla del empoderamiento, de la lucha y la resistencia, del amor propio, de la autoaceptación y del sacrificio por el otro social. ¡Una causa noble, una odisea casi imposible que Solange logró en 51 minutos! Lo interesante es que Solange canalizó sus sentimientos de una manera universal, es decir; la interpretación y acogida de este álbum no solo se limita a las personas afroestadounidenses (o a las personas afroamericanas en el continente y a las afrodescendientes en el mundo) sino también a cualquier tipo de persona que sufra y esté comprometida por y con la lucha contra la injusticia en todas sus expresiones como podría ser una mujer que busca lograr su autonomía corporal (I’m gonna look for my body, yeah / I’ll be back real soon, «Weary»)

La gloria está en ti, te dice Solange a través de Master P, su amigo de infancia, y en cualquiera que sea nuestra lucha debemos recordar que nosotros y nosotras somos los elegidos y las elegidas… Y todos y todas merecemos un asiento en la mesa.

El otoño es triste como tu sonrisa

Iré en busca de mi cuerpo, 

Estaré de vuelta muy pronto. 

«Weary» – Solange

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Recuerdo los primeros momentos que vivimos juntas, recuerdo estar cegada por tu brillo, por tu inquebrantable energía semejante al polvo cósmico que sostiene al Universo. Cuánta esperanza había en tu mirada. La dicha y la entrega eran tus incandescentes e indestructibles alas. Ícaro era nadie a tu lado.

Amiga mía, a pesar de toda radiante virtud que emanabas en cada paso y en cada palabra pronunciada, siempre veía en vos un amor contenido y no correspondido que se devoraba tus entrañas, tu espíritu, tus más profundas inseguridades.

Maldito el verdugo que te traicionó. Se llevó todo de vos, te dejó a la intemperie. Maldito el otro verdugo que te traicionó. Te despojó de tus vestiduras, te quitó la última gota de agua en el desierto. Malditos los verdugos que te traicionaron. Te crucificaron: martillaron uno a uno los clavos, te flagelaron desnuda ante el mundo. Maldita yo que no me di cuenta desde un principio, maldita yo que callé lo obvio. Y ahora me siento como una cómplice.

Amiga mía, cada vez que nos reunimos y compartimos confidencias superficiales noto tu risa forzada. «El otoño es triste como tu sonrisa», me recordás a este divino verso que Ítalo López Vallecillos escribió en Madrid en el 54.

El otoño es triste como tu sonrisa. Tus alas se derritieron. El otoño es triste como tu sonrisa. Y no fue por acercarte demasiado al sol (vos naciste de él, sos una llama, sos el gas vital, semilla, pan, agua). El otoño es triste como tu sonrisa. Se derritieron por la envidia, por la codicia, por la calumnia del egoísta. El otoño es triste como tu sonrisa. Caíste, caíste y caíste hacia el abismo.

Me da miedo ver ya en vos las señales de la resignación. Ya te estás rindiendo, la tristeza se ha vuelto tu costumbre, se ha convertido en tu única aliada. Ya no saltás, ya no volás, ya no bailás: arrastrás los pies sin remedio; y cómo no hacerlo si los clavos atravesados duelen. Ya no abrazás a tus amigos, abrazás al fatal destino, a la impotencia, a la rabia, al enojo, a la injusticia. Ahora preferís el infierno de Sísifo: rodando subís, una y otra vez, tus penas en la colina de espinas. Qué muera Ícaro, qué muera en su agonía.

Aquí no hay otoño. Pero este frío clima es lo que más se le parece. Estos vientos que obligan a abrigarse son los únicos intrusos que conocen tus más recónditos sentimientos y remordimientos. Cómo quisiera ser una ráfaga violenta y chispeante de viento para quitar de tu sonrisa esa cruel tristeza. 

Del Salvador, Cu(z/s)catlán, Atlácatl y otras discusiones (I)

Sentado en uno de los bancos del Modelo me encontré ayer con el tremendo Don Atanacio. Nos pusimos a charlar y él me contó lo que sigue: “Soñé” me dijo, «que era diputado. Esto podría para cualquier persona patriótica ser un sueño a secas, en mí constituyó una pesadilla».

Así inicia «Un Sueño Extraño», una de las numerosas colaboraciones de Salarrué en Patria, el histórico periódico que representó el ideario vitalista de Alberto Masferrer y otras utopías sociales. Este periódico, que apareció por primera vez ante el público en 1928; fue el medio impreso en el cual los grandes intelectuales salvadoreños discutían temas de coyuntura y de más trascendencia.

Sin duda, el dinamismo intelectual, periodístico y literario que aportó Patria fue y es inconmensurable. Desde un principio su fundador, Masferrer, y sus colaboradores más asiduos (entre ellos Salarrué) fundamentaron sus esperanzas en un periódico ideológicamente abierto cuya principal inspiración era la vida cotidiana del hombre moderno de clase media salvadoreño (y no escribo «hombre» en sentido genérico, la mujer apenas tuvo una participación sustantiva en Patria).

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Salarrué

Si bien Patria experimentó una época de esplendor bajo la tutela de Masferrer, fue Alberto Guerra Trigueros quien, debido a la enfermedad y posterior muerte de Masferrer en 1932, llevó las riendas del periódico hasta su abrupto final en 1938. El ideario vitalista duró apenas una década (debido a cuestiones presupuestarias, leyes de censura y persecuciones políticas que azotaban en una época en que Maximiliano Hernández Martínez gobernaba).

El investigador Guillermo Cuéllar-Barandiarán publicó a mediados de este año un libro titulado «Salarrué en Patria». Esta obra es un análisis exhaustivo y recopilatorio de las intervenciones salarruerianas en dicho periódico y es precisamente en una de sus páginas que  me encontré con «Un Sueño Extraño»; y su lectura me dejó fascinada.

En este escrito (que pueden leer completo haciendo clic aquí) Salarrué encarna los papeles del respetadísmo Dr. Araujo y Don Atanacio, quienes defienden fervientemente la reforma del nombre de nuestro país (El Salvador) por considerarlo «ridículo». Poner en tela de juicio algo tan sagrado, tan patriótico (aunque las personas que leemos con frecuencia a Salarrué sabemos que él no era precisamente un devoto del término «patria») y a la vez trivial como lo es el mismísimo nombre de este país, me pareció escandaloso, y pienso que si se llevara esta temática al debate público y político también se tendría esa percepción.

Así reza el escrito:

Nuestro país es el que lleva el nombre más ridículo en el concierto de las naciones. Se explica que un país se llame Chile, pero que se llame El Salvador es insoportable. Sobre ser el país más chico de América, es el de peor nombre.

Salarrué siempre se las ingenió para tratar temas políticos y sociales de una forma amena al público. Era usual en él añadirle una chispa satírica y humorística a sus escritos:

Ya podríamos llamarnos de peor manera dado el exquisito mal gusto de nuestros ancestros. Demos gracias de que este país no se llame ‘El corazón de María’, ‘el Divino Rostro’ o cosa peor. Dos cosas crearon aquí fantásticamente ridículas: el nombre del país y la bandera. De ésta última ya dí yo buena cuenta en tiempos pasados. Se trataba de una vil imitación de la bandera yanki. Y es que nuestros abuelos fueron siempre amigos de imitarlo todo. Por quedar bien con un par de políticos tontos o de caras melosas no tenían reparo en destruir lo bello para sustituirlo con lo ‘feyo’.

Actualmente el nombre oficial de El Salvador es República de El Salvador. Y sí, tiene ese origen religioso del que Salarrué tanto se mofa:

El nacimiento de este nombre surge hacia finales de 1823 y comienzos de 1824, cuando la Alcaldía Mayor de Sonsonate decide integrarse a la Provincia de San Salvador para fundar juntos el Estado salvadoreño como parte de las Provincias Unidas del Centro de América. Puede que este nombre haya sido elegido en honor al Divino Salvador del Mundo, patrono de la nación.

(Del blog elsalvadormipais.com – «Nombre Oficial de El Salvador»)

Sin embargo, siempre hubo (y aún hay) confusiones respecto al nombre, situación de la que Salarrué se burla crudamente:

—Además—apoyé—nadie llama tan fácilmente El Salvador a este lugar, por lástima que nos tienen; sólo nosotros que obstinamos en llamarle así. Unos dicen «Salvador», otros «San Salvador»: «El Salvador» sólo puede sonarle bien a uno que por patriotismo se imagina cerradamente que El Salvador está desempeñando tal papel en el mundo siendo que es él quien necesita más que ningún otro que lo salven con urgencia.

Anteriormente, en 1915, el gobierno declaró oficialmente mediante un decreto que el nombre del país sería República de El Salvador. Sin embargo, este decreto cobró fuerza hasta 1958 cuando el gobierno realizó una campaña de concientización y reforma más efectiva. Esto explicaría por qué en pleno 1929, casi 15 años después del decreto, Salarrué expresaba su preocupación al respecto.

Cuando el nombre de El Salvador vaya asociado a las palabras República o Estado, se escribirá: República de El Salvador o Estado de El Salvador; no se podrá suprimir la palabra “El” ni hacerse la contracción “del”.

(Decreto de 1915)

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Sellos alegóricos de finales del siglo XIX que evidencian la escritura y uso incorrecto del nombre. (Foto: Filatelia de El Salvador)

Salarrué abogaba el cambio de «El Salvador» por su nombre «original»: Cuscatlán.

El país era Cuscatlán (nombre hermoso, viril, sonoro y autónomo) y la sustituyeron por El Salvador, nombre que hace fruncir las cejas a los ingleses, desternillar de risa a los franceses, pujar a los españoles, chiflar a los italianos e insultar a los yankis. […]

Concretando—volvió a decir el Rep. A. —yo pido que se cambié el nombre al país devolviéndole su distintivo de Cuscatlán que le hará valer enormemente, ya que es innegable la influencia benéfica o funesta de los nombres. Con ese nombre puede que nos respeten, con el actual ¡jamás! el nombre de El Salvador nació del nombre de la ciudad: San Salvador y no hay razón ninguna para que no podamos volver a llamarnos Cuscatlán, Zalcoatitán o Sonsonate como antiguamente.

Me interesa muchísimo esta posición porque pone en tela de juicio algo que la población salvadoreña damos por sentado (como la existencia del guerrero Atlácatl, tema que discutiremos luego).

El Salvador (o Cuzcatlán ¿o Cuscatlán? Dentro de esta discusión ahora surge otra: usamos la «z» o la «s») se ha caracterizado por una población culturalmente  diversa. No obstante, algunos de los fundamentos del poder político y económico a lo largo de nuestra historia han sido la negación, la explotación y expoliación de los pueblos originarios y, todavía más, la invisibilización de la población afrodescendiente.

A mí no me agrada pecar de ignorante, al menos en aquello sobre lo que quiero debatir. La idea de renombrar a El Salvador y devolverle el nombre de Cuscatlán podría sonar demasiado pretencioso e innecesario en nuestro tiempos.

Considero que esta discusión posee vigencia, especialmente cuando la cultura salvadoreña se ha vuelto tan difusa y tan débil (siempre colocada en el último vagón de las prioridades gubernamentales y de una gran parte de la población). Sin embargo, si queremos defender la importancia histórica del nombre Cuscatlán es necesario definir su significado. Esto solamente se logrará derribando algunos mitos y falsos ídolos que hemos construido y que no representan realmente nuestra identidad nacional. Asimismo discutir este tipo de dilemas filosóficos (sí, me atrevo a entrar en el inmenso pantano de la Filosofía) no vendría nada mal para estimular nuestras mentes.

Así que de la mano de Salarrué, Alberto Guerra Trigueros —quien en 1929 analiza este escrito de Salarrué y expone argumentos similares— y otros autores y fuentes confiables, trataré de hacer ese arduo recorrido. Si dentro de este proceso llego a asesinar alguna de las falacias históricas en las que la población salvadoreña hemos creído ciegamente durante mucho (y demasiado) tiempo, no sentiré absolutamente nada de culpa.

Esfumémonos

Todo el día ha rondado en mi mente esa maldita melodía que silbabas: tan apacible, tan serena. Esa tonada es un baño fresco para mi espíritu.

 

(Al fondo suenan las canciones de mi playlist alternadamente. Los Arctic Monkeys invaden mi microcosmos con «Fireside»)

«I can’t explain but I want to try
There’s this image of you and I
And it goes dancing by in the morning and in the night time»

 

Por una eternidad pensé que me habías quemado, que me habías condenado cruelmente a la hoguera y que lentamente empezaba a consumirme.
«There’s all those places we used to go
And I suspect you already know
But that place on memory lane you liked still looks the same
But something about it’s changed»

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Abrasada, así me sentía. Estaba lista para esfumarme, para convertirme en ceniza… Pero no fue así. Me di cuenta de la realidad…
«And I thought I was yours forever
Maybe I was mistaken but I just cannot manage to make it through the day
Without thinking of you lately»

 

(Termina «Fireside»… Empieza a sonar «Malibu» de Hole)

No sucumbí inmediatamente ante el fuego porque no estoy hecha de papel: estoy hecha de vidrio… y me quebré (¿o vos me quebraste? No importa, el resultado es el mismo). No podré esfumarme hasta el momento en que recoja cada uno de mis pedazos, y justo al terminar encenderé mi último fósforo y dejaré que absolutamente todo arda.

 

«How are you so burnt when
You’re barely on fire?»

 

Domingo en la Iglesia de Perquín

Era Domingo. No, no me refiero al séptimo día de la semana. Era una persona de carne y hueso, un hombre de tez morena con pecas en el rostro que delataban una larga vida de trabajo bajo el sol. Domingo parecía estar entrando a la vejez física pero dejando atrás la espiritual. En sus ojos pude leer la única verdad que existe en su interior: su Verdad.

Era nuestro último día en Morazán. Decidimos dar una última vuelta por Perquín, conocer un poco más sus alrededores. El calor aún se sentía en el tibio aire pero era soportable. Desde un principio supe que aquel viaje sería purificador pero jamás me imaginé cuánto significaría para mí, incluso en estos días.

Morazán: tierra de luchas y luchadores, tierra de Oriente cuyas raíces absorbieron la sangre de los inocentes y los culpables. Al cruzar el río Torola, al sumergir mis pies en el agua fría del río Sapo, me di cuenta del peso de la historia, del peso de la impunidad y el olvido. Esa carga que todos y todas las salvadoreñas deberíamos ayudar a aliviar pero que se vuelve cada vez más grande, más insoportable y que provoca que nos hundamos en una guerra social que parece estar en un punto irreversible.

A Domingo nos lo encontramos en la pequeña iglesia de Perquín, frente al parque. La Iglesia estaba desolada, quizá solo los invisibles espíritus en pena rondaban por ahí. La única luz era la que el flamante sol brindaba. No soy muy religiosa, hace mucho tiempo que abandoné las convicciones católicas que moldearon mi infancia pero no hay nada más religioso, más santo que sentarse un rato —libre de prejuicios— y escuchar al prójimo.

¿Quiénes son el pueblo? Siempre me hago esta pregunta. Pueblo: un término político para referirse a números y estadísticas electorales vivientes pero jamás a humanos con dignidad propia. Somos simples números e instrumentos para el político farsante que se atreve a glorificarnos, a escupirnos falsas promesas. Pero mi pueblo no es ese, no. A mi verdadero pueblo aún lo estoy descubriendo, mi pueblo es vitalidad.

¿Querés conocer a tu pueblo? Salí y escuchalo. No hay otra forma ni manera. No importa cuántos libros leamos siempre hay historias que no se cuentan, siempre hay hechos que se entierran en lo más profundo de las entrañas de a lo que muchos llaman patria; «ese conjunto de leyes, una maquinaria de administración, un parche en un mapa de colores chillones», como diría Salarrué.

Entonces Domingo habló…

Una voz suave, lenta y con el marcado acento «morazánico». Trabajaba como agricultor en la época de la guerra. Solía regresar tarde en la noche a su hogar en donde sus hijos y esposa lo esperaban.

Recuerdo pedazos de su historia, vagamente. Pero más que todo recuerdo sentir, sentir demasiado. Sentí que de su boca salía la historia de todos y de nadie, a la vez. Mi recuerdo más grato es estar a su lado y observar como sonreía cuando contaba una historia que relataba, con tanta emotividad, su experiencia muy cercana a la muerte en una noche en la que una furiosa tormenta inundó las calles. Le rezó a ese dios que a muchos nos ha abandonado (pero que a otros como él, no) y logró sobrevivir. Aún tengo grabada su sonrisa en mi mente mientras contaba que «para celebrar me compré unos guineos majonchos. Bien feliz iba. Le llevé a mi familia también». Y se carcajeaba mientras sus diminutas manos jugaban con la gorra que hace un momento llevaba puesta sobre su cabeza.

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Domingo (y alguien más)

Jamás había visto a alguien tan alegre por unos guineos majonchos. ¡Unos guineos majonchos!

Domingo, siempre me acordaré de usted. De su noble sonrisa, de su desinteresada y fantástica narración. Estoy segura de que el Universo trabaja para ponerme personas como usted en mi camino, para darme cuenta de que no todo está perdido y de que las heridas históricas aún pueden tratarse no importando que quede alguna cicatriz. Toda cicatriz es señal de sanación, al final.

Domingo, prometo escuchar a mi pueblo más a menudo. Prometo comprar y comer guineos majonchos en su honor.

Aquel día fue la primera vez que salí de una iglesia sintiéndome renovada y con la verdadera satisfacción de haber escuchado al prójimo que, quizás, le rezaba a su dios por que alguien lo escuchara.

Antes que te vayas…

«Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.»

 

Estudio con algo de tedio – Roque Dalton

 

Hace más de un año que no hablamos, hace incontables días que no contestas mis correos. Aunque no lo creas te pienso muy a menudo, demasiado dirías tú (siempre te he tuteado, jamás te dije un «vos». Por respeto y admiración).

Aún recuerdo la noche en la que por primera vez me regalaste un libro, fue en la víspera de Año Nuevo, ese tan amado 31 de diciembre del año 2010. Todos estábamos listos para recibir un nuevo año, y con ese regalo, de alguna extraña forma; me hiciste renacer espiritualmente. El tejido de la maya hindú fue roto.

Y así empezó nuestra extraña amistad, entre libros y experiencias compartidas. Llegué a considerarte como uno de mis verdaderos maestros de vida, un título que no le doy a cualquiera. Es un título metafísico de gran valor para mí

Jamás había conocido a alguien que tan desinteresadamente —sin realmente conocerme—, compartía conocimientos, fuentes de sabiduría conmigo: una simple joven luchando por encontrarse a sí misma (y esa batalla aún no la he ganado). Pero confiaste plenamente en mí, forjaste mi inteligencia, puliste mis capacidades. Y lo hiciste sin saberlo, sin siquiera pensarlo.

Te soy sincera: soy una persona a la que la vida la ha golpeado muy duro en varias ocasiones. Y esto es algo sobre lo que no suelo hablar. Es por eso que he construido un muro, un caparazón que me protege la espalda de las puñaladas. Me cuesta confiar, entregar un pedazo de mí. Presiento que tú eres igual, que nos parecemos mucho en ese sentido, que tenemos una filosofía de vida que consiste en molestar y hacer sufrir a los demás lo menos posible. Sin embargo, me he dado cuenta que este actuar nos hace mucho daño; nos hace olvidarnos de nosotros mismos. No nos vemos como personas importantes, no le damos importancia a nuestros propios sentimientos porque los consideramos ridículos, nada relevantes. Pero lo son, créeme que lo son; y tragarme eso es la otra lucha que no he podido ganar. Te confieso que me da temor nunca ganarla.

Daría tanto por que las trivialidades me bastaran, por que el intelecto no me importara, por que me valieran mil madres una gran cantidad de cosas. Pero no puedo, lo he intentado. No puedo. No puedo callar mis pensamientos. Como quisiera encontrar ese interruptor para apagarlos, poder cavar una tumba para enterrarlos. Creo que ambos quisiéramos esta carga fuera de nuestros hombros.

Tal vez no me creas, pero siento que te conocí más de lo que te imaginas. Supe desde un primer instante que eras (y eres) una muy buena persona con un corazón de oro, sé que tu soledad es solo un refugio y que buscas (como todos) ser comprendido. Solo quiero que sepas que tienes a una amiga en mí, que quiero y puedo ser tu apoyo. Te he llegado a apreciar mucho, eso nunca cambiará. Quiero que sepas que te veo en los libros que me diste y que tus notas en ellos me ayudan a entenderte y a construir una conversación con el ahora lejano .

Espero que no me interpretes mal. En ti siempre vi a mi mentor, a mi sueño de filósofo y discípula griegos cumplido (¡por muy estúpido que suene!). Esta es una carta de agradecimiento, de profundo aprecio. Y quiero escribírtela antes que te vayas porque sé que de vez en cuando me leías (espero que aún lo hagas). Desde hace mucho que una espina en mi espíritu ha insistido en que lo haga.

Antes que te vayas te escribo. Tú sabes a qué me refiero. Ya lo sé todo, por muchas excusas que me escribías al principio sobre tu estado. Recuerdo que te deseaba la pronta mejora pero en el fondo sabía y sé la verdad. Quiero que sepas que nunca me he ido y nunca lo haré. Quiero que sepas que no te deseo nada más que la paz más pura y perfecta que sé que te mereces.

Si me preguntas, mi deseo sería verte, hablar contigo. Pero entiendo tu inquebrantable soledad, comprendo a la perfección tu filosofía porque se asemeja a la mía, ya te la expuse. Nadie me dirá nada sobre ti, lo sé. Me protegen de la verdad. Tú no dirás nada, lo sé. Y gracias, sé que lo haces para no lastimarme. Si algún día decides decírmelo, ahí estaré.

Querido amigo, no sé si te has resignado, no lo sé. Yo quisiera que no lo hicieras. Pero es tu decisión. Al final del día no duermes con nadie más que contigo mismo y no hablas con nadie más que con tu consciencia. Si quieres hablar conmigo algún día, alguna noche o alguna madrugada, ahí estaré.

Peor que saberlo todo de ti es saber nada, es estar en el limbo.

Antes que te vayas te escribo esto porque no sé si te volveré a ver; no sé si nos volveremos a escribir…

… Solo sé que yo, en mi horripilante e innecesario egoísmo, quiero que te quedes por mucho más tiempo.

Un tal Kevin Parker (o la verdadera identidad de Tame Impala): Introducción

Soundtrack de este post: Yes I’m Changing – Tame Impala

No, Tame Impala no es una banda. Esa idea tardó un poco en procesarse en mi cabeza, ¿cómo diablos era posible que una sola persona fuese la mente maestra detrás de tanta complejidad artística en canciones como It’s Not Meant To Be o Mind Mischief?

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Sí, Tame Impala es una sola persona: es Kevin Parker…

… Me resultó difícil de creer, veía los conciertos online y percibía una química tan perfecta entre los 4 o 5 chicos que tocaban, una sincronía tan majestuosa que llamarlos banda parecía no solamente lo más adecuado sino la única verdad. Incluso ahora, Parker habla en plural al referirse a Tame Impala«Para nosotros —comenta Parker a la revista Pitchfork en una entrevista—, es un gran chiste estarnos presentando en estos grandes conciertos. Es completamente absurdo porque solamente somos nosotros; yo soy solo jodidamente Kevin. Solamente somos estos malditos idiotas en el escenario».

Tame Impala es en realidad algo así como el nombre o el título de un proyecto musical (aunque ha trascendido por mucho esa categoría) cuyo génesis se debe a la genialidad de un australiano treintañero de apariencia despreocupada y relativamente desconocido, un tal Kevin Parker.

Fue un alivio saber que este error no había sido un terrible despiste mío sino que Parker se había esmerado por hacer parecer a Tame Impala como una banda. Al mismísimo Kevin Parker le costaría trabajo apropiarse de su proyecto, de llamarlo suyo sin temor; así le diría al periódico británico Independent:

«Siempre he hecho música por mi propia cuenta, pero no pensaba que hubiese una plataforma para eso, entonces; pensé que debía fingir que [Tame Impala] era una banda. Luego aclara: «No es una banda, para nada. Pero era demasiado tímido para decir ‘esto es mío, lo hice yo mismo’. Sentía que debía esconderme detrás de la banda. Me convencí a mí mismo a pensar en que estaba en un banda. (…) Pensé que si decía que solamente era yo no prestarían atención. Ha sido hasta hace poco que los he llamado mis álbumes».

Entonces, a qué se debió el cambio: «Solamente en tener la confianza de defender lo que hagoprosigue— y darme cuenta que si no empiezo a tomar el crédito por mi propio trabajo ahora, entonces quizás nunca podré hacerlo».

Y la palabra clave de esta serie de entradas es esa: cambio. Los dos primeros álbumes de Tame Impala, Innerspeaker (2010) y Lonerism (2012) siguen la línea del rock neopsicodélico pero al escuchar Currents (2015) —ya estando consciente de que Tame Impala es el seudónimo de Kevin Parker— la esencia psicodélica sigue ahí, no obstante hay más groove, como él lo llamaría, más dance y principios discos.

Desde el lanzamiento de Let It Happen, el primer sencillo de Currents, Tame Impala ha ganado más notoriedad y reconocimiento en la escena musical internacional (esto se evidencia en su constante trabajo junto a Mark Ronson —el productor detrás del gran hit Uptown Funk—, en el cover de New Person, Same Old Mistakes que Rihanna hizo e incluyó en su último álbum ANTI; y en que se esté codeando con una figura como Lady Gaga en la colaboración de un proyecto aún sin revelar). Esto me llamó mucho la atención pues aunque el estilo de Currents podríamos considerarlo como más comercial o más pop, no es aún una música tradicionalmente pegadiza que el escucha popero común llevaría en su Ipod pues sus arreglos musicales son variados y con tintes experimentales.

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Foto publicada en Instagrama junto a Lady Gaga – Poster de la canción Daffodils, colaboración musical con Mark Ronson.

¿Cómo llegó Tame Impala a lograr tanta (y relativa) popularidad? ¿Qué inspiró el cambio? ¿Y es este bueno o malo? ¿Perderá Tame Impala su valor musical si se vuelve «más pop»? ¿Estamos presenciando una fascinante evolución musical?

Esas y otras preguntas pretendo responder con esta entrega de posts cuyo título principal será «Las corrientes de Tame Impala», un viaje astral por los cosmos de la buena música.

Diario Urbano: McDonald’s en la Madrugada

Siempre buscamos un lugar en donde terminar de morir. No nos preocupamos por que el lugar esté repleto de gente: en las madrugadas pocos somos los que andamos buscando cómo saciar el hambre o los antojos. Al menos esa es la excusa… Quizá solamente buscamos otro lugar al que escapar para poder hablar tranquilamente de nuestras decepciones, de nuestros éxitos y de nuestras muy breves pasiones juveniles.

Un día antes quedamos: fiesta en mi casa. Invitamos a nuestros amigos más cercanos y a aquellos que únicamente vemos en cuestiones que involucren diversión y bebidas; un simple encuentro social, esos amigos fiesteros.

La llegada es a las 7:30, todos empiezan a aparecer poco a poco. Entre abrazos, risas, bromas y maldiciones de buen y mal gusto nos vamos poniendo al día; nos vamos contando cómo caminamos y corremos en los laberintos que son nuestras vidas. Un semidesconocido hace una broma sobre cómo el futuro es tan incierto, de cómo fracasaremos y deberíamos renunciar a nuestros estudios y trabajos; todos ríen pero en el fondo tenemos ese miedo, sabemos que hay algo de verdad. Pero no estamos ahí para recordarlo, no. Queremos olvidar, beber y disfrutar de la juventud; reírnos y llorar por nada.

Ya son las 8:00, el hambre hace de las suyas. Nadie se decide qué comer: ¿Pizza, hamburguesas, tacos? Pizza, más sencillo y barato: debemos guardar el dinero restante para el agua bendita. Hablo por teléfono, pido una pizza gigante y esperamos; esta vez no solamente entre risas y bromas, sino también con la música a un volumen estrepitoso. Se alegra aún más el ambiente y todos estamos animadísimos.

Son las 8:30 y ya llegó el repartidor de pizza. Pagamos y listo: todos se lanzan salvajemente a la comida. Ahora el siguiente paso: ir al supermercado. Todos se quedan en la casa mientras cuatro personas minuciosamente selectas se dirigen al auto y se embarcan en la misión de comprar el alcohol. En cuestión de pocos minutos yacen en el lugar: vodka, ron, cerveza… ahhh, no puede faltar el tequila, sería inaceptable. Llevamos unos limones y otros ingredientes fundamentales.

Ya son las 9:15, el estómago está satisfecho y es hora de satisfacer al espíritu. Pido un cubalibre al bartender designado popularmente por los presentes. «Yo también quiero uno», dice una amiga rubia. «En realidad, Cuba no es tan libre», digo bromeando una vez me han entregado la bebida. «No te pongás a filosofar ahorita», me dice riendo mi amiga rubia. Y nos carcajeamos por nada.

Seguimos bebiendo, todos estamos conscientes de nuestra existencia. Decidimos hacer unos cuántos juegos, ¡y diablos, nuestro equipo pierde! ¿Cuál es la penitencia? Tomar vodka puro… No es lo mío pero ahí voy.

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Ilustración por Sara Andreasson

Se hacen las 11:00, algunos empiezan a retirarse. Mientras tanto, mantenemos conversaciones más íntimas, de a dos. Charlo con mi amiga que lleva puestos unos brazaletes dorados sobre música, sobre trivialidades sin trascendencia y terminamos hablando de amores fallidos. «Estamos muy jóvenes —me dice— para preocuparnos por esas cosas». Concuerdo con ella pero en el fondo ambas sabemos que es una frase de consuelo; pero repito: venimos a divertirnos y a olvidar.

Es medianoche, siguen las conversaciones íntimas, algunos siguen bebiendo. El bartender mantiene una conversación animada con la chica de zapatos rojos. No logro escuchar de qué hablan ni me interesa. Me río a morir con mi amiga de brazaletes dorados por todo y nada a la vez. No se ha terminado el encuentro cuando algunos empiezan a planear la próxima fiesta: ¿en una casa, en un club, un bar…? ¿A cuál, a qué horas, cuándo?

Planificamos, tanteamos las posibles fechas pero no quedamos en nada. La espontaneidad ha sido siempre nuestra más grande y fiel aliada, lo dejaremos así.

Ya es de madrugada. Hemos quedado 5 sobrevivientes, estamos en la hora de las confesiones (¿son las 2:00 a.m. o las 3:00 a.m., tal vez?). Mi amiga de brazaletes dorados le cuenta al chico del gorro por qué y cómo terminó con su novio —quien es un amigo de todos a la vez, ausente por obvias razones—, su versión de la historia. Escuchamos tranquilamente e intervenimos de vez en cuando. La verdad es que sí, estamos muy jóvenes para esas cosas pero aún así nos duele.

No sé la hora pero tengo hambre y unas ganas horribles de salir, respirar otro aire. «Vamos al McDonald’s un rato», propongo. «Vamos», dicen los 4 sobrevivientes. El bartender no para de hablar, de reírse. Es por el agua bendita, ella hace milagros. Vamos tranquilamente en el auto, de madrugada no hay casi nadie.

Llegamos al lugar, ordenamos. Vamos hacia la mesa. El bartender no para de hablar mientras que, con su mano derecha, mueve de un lado al otro su café; jura que llamará a su amor platónico y le confesará sus sentimientos. Nosotros reímos ante esa posibilidad pero le confiscamos el celular por si las dudas. ¡Y rayos! Derrama el café por toda la mesa. Nos carcajeamos ante la sorpresa, tratamos de limpiar pero decidimos cambiarnos de mesa. Da igual. No hay nadie más.

Seguimos hablando, terminamos de morir en ese McDonald’s. Se nos olvida que ya es el siguiente día, el sol se acerca y dentro de poco volveremos a la cotidianidad. Mientras tanto nos seguimos ahogando en nuestras risas porque, por el momento, nos concedemos el privilegio de que nada nos importe.